Las acciones del presente se construyen con las gestas del pasado nunca olvidado. Es imposible entender a las primeras sin desplazar la mirada a las segundas, verdadero recuerdo del hombre instruido que escoge entre sus antiguos los mejores consejos para elevarse en el día de hoy.
Tal sucede con nuestra historia de piedra y esfuerzo, aquella en la que el hombre puso su empeño y se entregó en la búsqueda de un escenario mejor. Pues, en efecto, si la obra escrita, la música, las palabras escogidas permiten al pensador del mañana acercarse a sus días lejanos, no menos importancia tiene la que que se eleva sobre la tierra, desplazándose entre años como recuerdos de hierro y ardor.
¿Habría, entre todos los monumentos pasados, alguno que mereciera destacar sobre ellos, capaz de convertirse en representante de ese pasado buscado, y al que todos debemos siempre atender? ¿Acaso sería acertado entregar toda nuestra atención a alguna elevada muralla, una torre firme y desgastada, o a las escondidas esquinas de algún portón olvidado? ¿Es posible, en definitiva, escoger uno entre mil, narrador de las voces pasadas, vigilante siempre de la conservación del recuerdo?
Pretender esto sería un error. Vivimos en tiempos en los que la informacion se ve reemplazada por otra antes de descubrir la primera. Atravesamos pasajes capaces de acercarnos a cualquier día olvidado, y esto no hace sino elevar el compromiso del hombre moderno hacia sus comienzos perdidos.
Sin embargo, el Castillo de Coca pudiera pasar por capaz de apartar a sus rivales con mano firme, y pocos habrían que discutieran esto.
En efecto, si nuestra historia ancestral es tan variada e imponente, esta construcción, dibujada en el siglo XV, bien pudiera escogerse como referencia amable que indica el camino a seguir para el práctico y el estudioso.
Este Castillo se encuentra en la provincia española de Segovia, en aquellas tranquilas laderas, llenas de fertilidad, con que la naturaleza ha regalado a los lugareños. Las tierras que lo envuelven son ricas y muy aprovechables para el cultivo, así como su ganado muy apreciado por sus trabajadores vecinos.
El Castillo, de construcción gótica, con elementos mudéjares dibujado por los alarifes, esos arquitectos del pasado que el mañana llegó a conocer, podría hablar largamente de lo vivido en sus muros. Revelaría, sin duda, desconocidas conversaciones entre personajes hoy ya olvidados, cuyo nombre en esos días resultaría temible. Por su Patio de Armas, que llegó más tarde, habrían desfilado con apatía enemigos del calizo que acaso pensaron que su mano con espada y sin moral pudiera extinguirlo, cuando en realidad el propio Castillo resistía su avance como los hombres no pudieron alcanzar.
Tales son los muros de Coca, y que tantos han contemplado. Si su importancia no resulta grande hoy, puede serlo mañana, gracias a los inquietos investigadores de nuestro eco, cuya voz acercará su recuerdo a nuestro pensar.